-Galletas,
azúcar, aceite, harina… Llevar a los niños al dentista a las 6, llegar a casa,
bajar a Toby a dar un paseo, empezar a hacer la cena…-
-¡Basta!- gritó Muerte desde la cama – ¿Se
puede saber qué narices te pasa, Sarah?- No trató de ocultar su enfado y su voz
sonaba gutural.
-No… no lo sé – dijo Sarah entrecortada- Limpiar los baños, hacer la colada, no
sé que me está pasando, hablar con la
vecina sobre el nuevo novio de la chica del primero, sólo sé que empezó
cuando escribí aquella historia y ahora no me dejan de asaltar pensamientos… Mirar si el perro ha hecho “ya sabes qué” en
la nueva alfombra, de todas las personas en un radio de 500 metros a la redonda
¿ves? – Sarah sonaba bastante asustada.
-¿Y no tenías otra hora para empezar con
tus problemas psicológicos?- dijo mientras se dirigía al baño a ponerse en
orden un poco la cara.
-Perdóneme usted, yo nunca le molesto cuando
yo estoy durmiendo y usted se dedica a dar vueltas por el despacho con un café, comprar un desatascador porque el niño no
deja de tirar soldaditos por el fregadero. Por Dios, ¡que alguien me saque
esto ya de la cabeza!- esto último lo dijo casi como un grito ahogado, y empezó
a sollozar muy débilmente.
(Nota para alienígenas, informáticos y
gente extraña vestida de negro y con gafas de sol que no usan máquinas de
escribir: las máquinas de escribir sí saben llorar, en el fondo son bastante
sentimentales, la campanilla de aviso de fin de carril es una manera de ocultar
sus sollozos cada vez que terminan de escribir una línea. Ésa es una de las
razones por las que la mayoría acaba en el psicólogo.)
Por suerte para Muerte en aquellos
momentos, Sarah tenía la campanilla de fin de carril estropeada desde que en
1985 un guionista de cine semiborracho se la hubiera arrancado.
Mientras, no muy lejos de allí, Eric
paseaba. Hacía unas horas que había firmado un contrato de trabajo por una
generosa cantidad y las cosas parecían marchar bien.
Durante la firma del contrato había
notado algo extraño en todo aquello, pero después de que una secretaria de
bastante buen ver entrara en el despacho con una botella de whiskey añejo y un
sobre con sus honorarios limpios anuales, toda duda de Eric había desaparecido
por arte de magia.
De vuelta en su apartamento, Eric había
hecho un par de llamadas, había encargado un traje y decidió vender su pequeño
apartamento en el centro para buscarse algo mejor (- casi soy millonario- pensaba mientras la inmobiliaria tasaba su
piso)
Llegó un mensaje a su nuevo y flamante
teléfono móvil indicando una dirección y una hora adjuntando una nota de
bienvenida por parte de la empresa.
Y así fue como Eric vestido de negro
impoluto, unos mocasines italianos (de su padre), y un maletín (sin nada en su
interior, pero al menos le daba apariencia de alguien importante), paseaba
tranquilamente por la ciudad.
Divisó el edificio principal, comprobó la
dirección un par de veces y accedió al interior. Una chica menuda saludó desde
una mesa mientras hablaba con unos auriculares acerca de un compromiso que
había sido cancelado. Eric le devolvió el saludo y se acercó al ascensor.
Una vez dentro de él, pulsó el botón de
la 7ª planta y comenzó a subir mientras se escuchaba una versión bastante funky
de “What a wonderful World”.
Un frenazo brusco despertó a Eric de su
letargo mental, había llegado a su destino. Mientras se acercaba a la puerta,
unas voces llegaron desde detrás de ésta:
-Deja de llorar mujer, que tampoco es
para tanto, iremos al médico…-
-Ya no es eso, ¿se habrá acordado de nuestro aniversario?, es simplemente que se me
ha atascado la tecla y ahora tampoco puedo parar de llorar, tengo que llamar a la peluquería. – se
podía detectar el metal dentro de la voz.
-Déjame mirar a ver si yo puedo
solucionar algo- el cerebro de Eric se negaba a detectar nada de esta voz.
-No me gusta que me toques ya lo sabes, que coche más bonito ¿cuánto costará?,
déjame en paz, suéltame, gritaré si no me haces caso… Como se entere mi mujer de que he vuelto a fumar no sé que me hace,
bueno el último. ¡Suéltame cerdo! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! –los
gritos resonaron desde dentro del despacho.
Eric se armó de valor, hinchó de aire los
pulmones y entró en el despacho al grito de ¿Pero qué demonios está pasando
aquí…? Y la voz se ahogó.
El despacho parecía sacado de una revista
de decoración de los años 20, el tono ocre de las paredes, los muebles clásicos
bastante desgastados por el uso de generaciones de esos pequeños seres que se
dedicaban a pintar, morder y arañar cualquier superficie (siempre directamente proporcional
a su valor material o sentimental para el susodicho dueño)
Y allí en el escritorio principal,
iluminado por la luz de la tarde, un individuo estaba forcejeando con su
víctima… O al menos usaba la máquina de escribir como herramienta para… Pero no
parecía que hubiera nadie más… Los cortocircuitos en el cerebro de Eric habrían
causado una hecatombe nuclear en cualquier ciudad pequeña.
-Disculpe, ¿usted es…?- el rostro del
agresor ya llevaba unos segundos contemplando a Eric.
-¿Está sólo? ¿Dónde está su víctima? Les
he escuchado perfectamente discutir desde detrás de la puerta- dijo Eric
tratando de sacar su lado más policíaco (lo había visto en la televisión pero
en la vida real fallaban las frases ingeniosas)
-Te han preguntado quién eres, lávese las manos después de usar el lavabo,
haz el favor de contestar a la pregunta, este
idiota quién se ha creído que es- Muerte dirigió una mirada a Sarah, ese
último pensamiento había sido suyo y eso ya no le divertía.
-¿Quién ha dicho eso? ¿Dónde está? Tranquila,
todo ha acabado- Eric había reconocido la voz de la “víctima”, pero cada vez lo
tenía menos claro.
-No sé bien quién eres, ni qué narices
haces aquí, pero dada tu osadía para entrar en este despacho, te lo contaré. Me
llamo Muerte, la placa del despacho está reparándose; también conocida como
Parca, Fin de la Vida ,
Ocaso de los Vivos… etcétera. Tu “víctima” se llama Sarah, es una máquina de
escribir (sí, ésa que ves encima de la mesa) que ahora mismo está atravesando
por una época un poco especial. Ya sabes, crisis existenciales, robos de
identidad, algo típico para ella. No tengo ni idea de quién eres, así que
espero una explicación… y era para ayer- Muerte se acercaba lentamente hacia
Eric, y Eric notaba como los ojos de aquel desconocido (¿Muerte era su nombre?)
brillaban y todo a su alrededor iba perdiendo luminosidad.
Eric se desplomó, perdiendo el
conocimiento mientras golpeaba el suelo con la cabeza. Lo último que escuchó
era una voz metálica que llamaba bruto y descortés a aquel individuo que
aseguraba ser la Muerte.
-Esto no me lo imaginaba así- fueron sus
últimas palabras.